domingo, 2 de junio de 2013



Es probable que en unos años nos encontremos. Voy a reconocerte (cómo no) por tu mirada de chico sensible, por tus cejas de chico malo. Y me dirás (con toda seguridad) que he cambiado un poco, que mi pelo está más largo, que tengo más lunares en los hombros y que mi peso… que mi peso siempre está bien para ti.

Es posible que me abraces (sin vergüenzas, sin orgullos) y que mi corazón de castillo de arena se derrumbe con tu abrazo y se haga mar. Me dirás: “Tú siempre tan roja”, te diré que lo estoy manejando. Y sabrás que es mentira, que el día en que no me ponga roja será porque no estés.

Querrás ir a mi casa, te diré que no es momento. Me daré cuenta de que no has cambiado, que sigues igual (o peor, quizás) de inoportuno, y te ofreceré una taza de café. Rechazarás mi propuesta, dirás que olvidé tu manera de no ser el chico que yo quiero, y recordaré que siempre te acepté así.

Pasarán por mi cabeza millones de momentos, y notarás cada recuerdo al pie de mis ojos. Me preguntarás qué me pasa, te diré: “Nada”, y en un segundo sabrás que me pasa de todo.

Seguiremos caminando, me sentiré muy pequeña a tu lado y miraré de reojo tu casaca de cuero (de mi más reciente abrazo). Me pedirás la hora, y sin pensar te daré mi móvil (como hago siempre) para ahorrarme el tiempo de pronunciar los números.

Tomarás mi móvil, mirarás la hora y me preguntarás con frescura si lo puedes revisar. Yo (inconscientemente) te diré que sí. Verás llamadas que no he contestado de hombres que siempre odiaste y sin motivos te molestarás conmigo (como si aún fuésemos algo).

Pensaré que fui una tonta, que debí borrarlo todo. Pensarás que salgo de nuevo con ellos, me tildarás de puta. Te diré que no ha pasado nada, que tu boca fue la última que he besado, pero tú (para variar) pensarás que es mentira, te cerrarás en tus celos y no me creerás.

Me dirás que soy una mierda de persona, que lo malogré todo. Que viniste a olvidarme y que te ayudé a conseguirlo. Te irás, sin decirme nada me dejarás sentada en el murito y te veré caminar hasta tu coche. Sin poder retroceder el tiempo, sin poder haber decidido no volver a salir contigo.

Me maldeciré una y otra vez. Sentiré que ya es el fin, de todo. Y si te encuentro algún día será de casualidad, y ya no nos saludaremos, porque a partir de este momento, por esas cosas de la vida (que uno tarda en comprender) no somos más que un dos desconocidos.

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