lunes, 17 de diciembre de 2012

Estoy triste y, en realidad, tengo mil motivos para estarlo... pero ninguno me convence. Me siento agotada y no me quedan fuerzas suficientes para expresar lo que me pasa. Entonces, opto por callarme y escuchar... o, mejor dicho, oír. En mi cabeza ya no hay sitio para nada... y me duele horriblemente este martilleo constante que sube por mi espalda y se ubica en mis sienes. Es como si unas manos invisibles me apretasen con fuerza y me volteasen la cabeza de un lado al otro. No quiero que nadie me pregunte porque no tengo respuestas. Tengo millones de motivos pero el más importante es el menos lógico. Ese que nadie quiere escuchar. Estoy triste porque sí, porque lo necesito. Porque sin tristeza no existe la alegría... y he alcanzado unas cotas tan altas que, ahora, me derrumbo al menor contratiempo. No, desde luego que no merece la pena estar así... y no quiero, pero aparece y no puedo negarme a ser como soy en estos momentos. A estar como estoy. Sin ganas de hacer, con ganas de no hacer, desesperada por cerrar los ojos y dejar la mente en blanco... un segundo o dos. Y luego, despertar para volver al mundo. Intentar sentirme parte del mundo. Sin ti.

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